viernes, abril 18, 2008

El huevo, el pollo y la píldora del día después

Dejo en mi blog este artículo del escritor Pedro Lemebel y que fue publicado en la Nación el día 13 de abril. Mi postura frente al aborto es clara, no lo concibo, pero tampoco me cabe en la cabeza las medidas de personas, que jamás se han preocupado del derecho a la vida, vengan a imponer privaciones por que se le ocurrió al carroñero Opus Dei, que al igual que su santo patrono apuntó con el dedo a quienes no pensaban como él. Debemos aprender a escucuchar sobre todo cuando se habla con sinceridad, dejo esto para la reflexión sin prejuicios, leálo con calma, sin espantarse. Si usted es sensible a ciertos temas sexuales o si es muy apegado a ciertos lineamientos religiosos, le advierto que se puede descomponer, le puede venir jaqueca y nauseas, pero bueno yo ya le avisé.


Un huevo no es pollo

Alguna vez le pregunté a mi madre si se había
hecho algún aborto.
Me dijo que sí con aburrida indiferencia
y después hablamos de otra cosa,
mientras ella apagaba la tele
donde el cura Hasbún
vomitaba sentencias y amenazas
con cola de lagarto.
Algo hay que decir, al menos
desatar la ira frente a la impudicia
de cinco momias del Tribunal Constitucional
que se arrogan el derecho
de apoderarse del cuerpo de la mujer
para decidir sobre sus proyectos fecundatorios.
Pareciera que después de tanto andar
en el difícil trayecto de la liberación,
ciertos proyectos de identidad
que creíamos ganados
son remitidos a la mazmorra feudal
del catolicismo inquisidor.
¿Pero quiénes hablan de la vida
y la familia con la boca llena de espermios vinagres?
La misma derecha miliquera
cómplice del crimen a mansalva.
¿Quién habla de la vida
y pone los ojos blancos mirando al Altísimo?
El mismo prelado al que se le espumea
la boca negando el condón,
que es el único salvoconducto
en la frontera del sida.
¿Acaso, señor eclesiástico,
su celibato pedófilo es más recomendable?
Tal complicidad retrógrada
entre los magistrados
y la curia violenta el derecho
que tiene toda mujer
a decidir sobre su cuerpo.
Si no eres dueña de tu cuerpo,
mujer, ¿de qué mierda eres dueña?
Mujer pobre, mujer proleta,
mujer obrera, cansada de trabajar,
lavar, educar, amamantar a la prole
que, según estos beatos, te manda Dios.
Como si Dios te diera
un bono de mantención para la crianza.
Como si los críos
vinieran con una beca divina.
Mira tú, si los ricos Opus
pueden darse el lujo de parir a destajo
porque les sobran las lucas.
En el fondo, como dice una amiga,
este pastel podrido es segregación clasista.
Que tengan guaguas como conejas
las cuicas UDI,
que tienen servidumbre
para que les críen
a los nenes blanquitos.
Porque también,
si ellas no quieren,
pueden hacerse el aborto de un millón,
en el fundo o con el médico de la familia,
y después llegar regias al cóctel en La Dehesa.
Pero esa realidad glamorosa
no es la suya, señora pobla.
Con cueva ha logrado tener tres niños,
y aun así, usted y su marido
se sacan la chucha para educarlos.
Y esa monserga de la vida,
del huevito, del feto de días que piensa,
canta ópera y recita la Biblia,
el feto filósofo que es
más que un ser humano.
Quién sabe, quién tiene la seguridad del momento
cuando empieza el mambo de la vida.
Pura culpa y más culpa
que le meten en la cabeza.
Como dice mi amiga feminista
Raquel Olea, ¿cuando usted se come un huevo,
qué se come: un huevo o un pollo.
Dirán que esto es facilismo.
¡Manual feminista!,
gritará alguna cuica Opus.
¿Y qué? Todas las mujeres populares
saben del aborto,
del palo de perejil,
del alambre y
de los riesgos que corren
con las aborteras clandestinas.
Además, todas conocen los malos tratos y
crueldades a que las someten
en las postas públicas
cuando llegan con hemorragia.
La culpa cultural es la construcción madre,
virgen y mártir
que ha hecho esta sociedad occidental de la mujer.
¿Qué sabe el hombre
de un cuerpo agredido
en su género desde que nace?
Nació chancleta, decía antes la gente,
y las perritas se ahogaban en el río.
Lo mismo pueden decir de mí;
qué sé yo de esto, de un territorio corporal tan vasto
y mortificado por un designio
religioso y parturiento.
quizá tendrían razón,
pero me complicito con la libertad
del cuerpo mujer y sus decisiones de supervivencia,
de tener o no hijos,
de tomar la píldora del día después,
después de tener un rico sexo espumeante.
¿Por qué estos rígidos señores
condenan a la clase trabajadora
a tener sexo sólo procreativo?
¿Y si el polvo era sólo por calentura casual?
Si la cachita era sólo para pasar la neura,
sólo por deseo.
Ustedes, señoronas de misa dominical,
¿conocen la palabra deseo?
¿O sólo se abren de piernas para tener hijos?
Pero ese es problema de ustedes,
y no tienen que imponer
esa moralina al país entero.
Tampoco se crean las damas zorrijuntas
que llegar al aborto es una gimnasia recreativa.
Si fallaron las pastillas,
si no resultó el tarro,
si el condón se rompió, l
a colegiala, la pobladora,
tiene que vender lo que no tiene
para arriesgarse con un raspaje con gillete mohosa.
Alguna vez le pregunté a mi madre
si se había hecho algún aborto.
Me dijo que sí con aburrida indiferencia
y después hablamos de otra cosa,
mientras ella apagaba la tele
donde el cura Hasbún
vomitaba sentencias y
amenazas con cola de lagarto.

Nos vemos pronto.