lunes, marzo 26, 2007

RUTA DEL ACEITE HUMANO



Este post lo publiqué el año pasado y la verdad me llamó bastante la atención la cantidad de personas que me preguntaron por este tratamiento, además de solicitarme información de como conseguir este aceite, algunos incluso me contaron que sí lo consiguieron y obtuvieron importantes beneficios en sus tratamientos, quiero también aprovechar esta instancia para aportar con otras opciones tales como la Baba de caracol que es también un excelente cicatrizante, ya que gracias a ella esta criatura es capaz de reponer sus tejidos dañados por el arrastre además de su concha que también la recupera, también el Áloe Vera, que es una planta que posee unas paletas rodeadas de espinas, las que se pueden desprender desde la planta, previa solicitud y agradecimiento a la plantita por su entrega. Al partir la paleta podemos ver un líquido muy espeso el cual se puede aplicar directamente sobre las heridas, este vegetal también es usado para mejorar úlceras cancerosas, por lo que se puede beber el líquido o bien comer la paleta, después de pelarla como una ensalada cualquiera. La Caléndula es otro vegetal que puede ser utilizado con estos fines. Bueno ahora les dejo con el reportaje en cuestión.




Este reportaje fue hecho por un periodista del Diario La Nación, es de thriller y dará mucho que pensar. Pócima milagrosa. Famoso remedio para quemaduras, cicatrices o estrías, la ruta capitalina del ungüento no es tan oculta como podría pensarse. Pese a que está prohibido cualquier comercio con órganos de vivos o muertos, basta ir a una morgue y en cosa de días tendrá su frasco. Sólo depende de que haya algún muerto recién ‘finaíto’. Mauricio Becerra.

Un auténtico mito urbano. Con fama de caro y olor a muerto es la respuesta a cualquier problema epidérmico. Consígase aceite humano y échese ahí, dicen las viejas: cura cicatrices, marcas, quemaduras, estrías manchas varias. Pero ¿dónde conseguirlo? ¿Quién lo produce? ¿De dónde se saca? Todos saben de su existencia, pero sólo algunos tienen como respuesta “mira esta cicatriz que tenía... y ahora...” No está en las farmacias, ni en las boticas ni en los open market de curanderos. Pero por ahí alguien tiene un dato: “Vaya a cualquiera morgue y pregunte”, me dice Paola, luego de mostrarme su brazo descicatrizado por el ungüento.Del año del ñauca. Si ahora es tema de médicos antes lo era de brujos, que en el fondo es lo mismo. Sonia Montecinos, en su libro Mitos de Chile cuenta que el aceite humano en Chiloé era usado por los brujos como combustible para encender la luz del makuñ, un chaleco que los hace volar, y también para alimentar el farol que porta el caballo marino cuando lo montan. En la zona de Talca los campesinos decían que la pomada era buscada y extraída por las brujas en los cementerios para ser guardado en botellas. Luego serviría para sanar enfermos graves o para tirarlos en las puertas de las casas donde se quería hacer algún mal. Pura mala onda. Los jesuitas la llevaban en estos temas. Desde la Colonia hasta su expulsión en 1767 su botica de calle Bandera era famosa. Tanto que el doctor Enrique Laval hizo un libro sobre la Farmacia de la Botica de la orden de Loyola, donde hay un inventario de lo que tenían. Hay aceite de alacrán, de hecho ahogando, alacranes en aceite de almendras; aceite vulpino, o sea, de ‘un zorro gordo con piel recién mudada’; bálsamo de cachorros (se tomaban 3 perros recién nacidos y se cocían en aceite común, a lo que se agregan lombrices, poleo, mejoría y orégano) o polvos de caballo marino, cangrejos o ungüento de egipcia. Pero de aceite humano ni rastros. Pero que los jesuitas no lo hayan inventariado es una cosa. Otra es lo que cuentan los aymarás: para ellos los monjes de sotanas largas y capuchones eran de temer. Estos se paseaban por paisajes desolados y en caso de encontrarse con alguien mayor de 50 años con palabras melosas y discursos aduladores lo adormecían. Luego con un cuchillo abrían el borde derecho del abdomen y extraían toda la grasa del cuerpo. La herida era suturada con hilo invisible y el desdichado después ni se acordaba. Claro que a las semanas adelgazaría hasta la muerte. La grasa se usaría para hacer el crisma de los bautismos. De vuelta en el siglo XX, Jorge Délano contaba en una entrevista a un sepulturero que el principal problema eran las brujas que iban al cementerio a buscar la necrófila pócima. Había que espantarlas a palos. Mejor ni pregunte. La idea no es funar a nadie, pero comienzo a preguntar y las respuestas van desde que con el sida se prohibió hasta que mejor échese rosa mosqueta o baba de caracol, que son más fáciles de conseguir. Otra idea es el aceite de San Serapio, mercedario martirizado por los moros y hoy patrono de los enfermos. Cada 14 de noviembre hay que ir a la Basílica de la Merced con un poco de aceite de comer que el cura bendice. La idea es ungir con éste la parte enferma del cuerpo o beberlo en caso de ser interno el mal. La fe hace el resto. El aceite se puede conseguir en las morgues de los hospitales por $2500 si se regatea. Por ahí alguien me suelta el dato de que en un hospital del centro hay un jorobado que trabaja en la morgue al que se lo puedo comprar. Llego al subterráneo del edificio y tengo dos alternativas: un pasillo a mi izquierda dice Casino, el del lado Anatomía Patológica. Pregunto y un funcionario me dice que hace años que está prohibido sacárselo a los finados y que sólo se da a los amigos. Igual voy. Entro a una sala con refrigeradores viejos de puerta blanca y con camillas metálicas, mientras espero a alguien intruseo un rato y llego a las mesas de autopsia. En los anaqueles hay tantos frascos como olor a formalina. Adentro flotan distintos órganos. Uno grande tiene una etiqueta que no deja ver el contenido. Dice ‘Malformación de Paunne Bell’. La etiqueta es tan grande que ni deja ver al feto deforme. Más allá hay envases plásticos rotulados: testículos, ovarios/tumores, riñones. Todo hasta que aparece un viejo flaco con cara de autopsia, quien luego de la pregunta me dice que “acá ni cagando”, que no pregunte por esas cosas y que no sirve para nada, ‘puro mito ¿cómo que le van a cerrar una cicatriz con aceite? Usted ni sabe con qué se puede infectar. Le aconsejo que ni pruebe’. Voy a otro hospital cercano. Aquí a la morgue le llaman necrología y, como en todos lados, está en el lugar más viejo del hospital. Golpeo y sale un funcionario viejo (éste no tiene cara de cadáver), me dice al principio que no, nos fumamos un cigarro y me sale con que vuelva mañana y que por ser a mi el frasquito de “este porte” - me señala haciendo la forma con el pulgar y el índice - me lo deja en tres lucas.- Es igual que los chicharrones, es grasa que se diluye -me cuenta-, se usa en la noche y se debe lavar antes la zona. La herida, eso sí, no debe ser muy vieja. No es tan caro como dicen, pero igual dan ganas de hacer un sondeo para hallar una oferta más barata. Así que voy para un viejo hospital de la zona sur. Acá de nuevo la morgue se llama Anatomía Patológica. Los congeladores están vacíos excepto uno que tiene una etiqueta con un nombre, además de decir cáncer a la próstata, una fecha y un teléfono. El funcionario es joven y también, luego de un cigarro, me cuenta que se saca de la grasa de la guata o del poto; “igual a la grasa cuando compras carne, esa telita blanca o amarilla”, que se echa de noche porque el trajín del día la mayoría de las veces hace arder la piel, que no son pocos los que preguntan aunque él no lo ha probado, y que vale cinco lucas. Regateando lo saco a 2 mil 500. Pero ahora no tiene porque no ha llegado ningún finado, así que “date una vuelta pasado mañana porque demás que me tiran alguno”. Pregunto si no hay riesgo de alguna enfermedad y me dice que como la cicatriz está cerrada no hay problema, pero igual ellos hacen un trabajo que cumple los estándares de calidad. O sea, que el muerto esté limpio, que no haya fallecido por alguna enfermedad infectocontagiosa y que el producto se entrega esterilizado, que no me preocupe porque ellos se encargan y lo da garantizado. Me creo el Sernac, así que voy a un tercer hospital y también a un cuarto, claro que esta vez al otro lado de Santiago. Anatomía Patológica está luego de un largo pasillo por donde trasladan a los finados, ambiente perfecto para una saga de Olguín. El tipo a cargo me dice que ya no, pero que igual va a preguntar, que vuelva mañana y que antes se hacía de las liposucciones; “cuando en las operaciones los cabros se sacaban pelotas de grasa que aquí preparábamos”, y que ahora la maquina no lo permite porque va directo al desagüe. Vale 7 lucas y, regla económica, se nota que hay intermediarios. Demasiado caro, pienso, así es que voy al hospital del frente. Tiene la morgue en el subterráneo como todos, claro que no parece morgue sino supermercado. Acá es más difícil porque hay secretarias, mesones y guardias de por medio. Así que espero que salga alguien con cara de deudo. Al rato aparece el típico hombre de traje verde que se nota que es intermediario: me cobra 5 lucas. Por estos lados todos sacan su parte. La movida segura. Por ahí me cuentan que en el Médico Legal un tipo iba donde la vieja de las sopaipillas para comprarle un poco de aceite, del más quemado. Así que hay que buscar una movida segura. Un lugar de seriedad en el rubro de los aceites humanos son los módulos de anatomía de las universidades. Anatomía Normal se llaman. Llego a una y me topo con el típico funcionario celoso. Me cuenta que se saca de la grasa del cadáver, que su receta es a baño maría y que se mezcla con Crema Lechuga. “Ninguna otra crema porque las demás no sirven y lo cortan”. Pero que no siga con preguntas porque acá no se consigue. Está prohibido. No me creo cámara del Canal 13 con voz de denuncia, pero igual me doy la vuelta y entro por la parte de atrás del edificio. Llego al subterráneo y éste si que la lleva. En una sala descansan 7 o más cadáveres tapados con mantas verdes, en una mesa también hay igual número de cráneos. Cruzo otra puerta y lo que hace Becerro con los perros no es nada comparado con esto. Cuerpos disecados de distintos portes y edades yacen parados cruzados por fierros de pies a cabeza. A muchos le hicieron una lobotomía y se la dejaron expuesta por lo que es fácil auscultar un cerebro; los órganos han sido pintados de colores, lo que le da un toque salsero al asunto. Aparece el funcionario de turno y sin rodeos ni nada me dice que vale 10 lucas la cajita. ¿No era un frasco?, pregunto. Y me responde que ellos lo entregan ya listo con Crema Lechuga, llegar y echar, y que se esparce para un lado solamente y no haciendo círculos. Se echa de noche y éste si que es de calidad. Sana, sana potito de rana. Aún no he encontrado quien haya probado la pócima y no le haya dado resultados. Valeria Ahumada se quemó con leche a los 2 años en el cuello, ella era de Temuco, un médico le consiguió aceite humano, la mamá le echó y hoy me muestra que no tiene nada. Una página de internet que promociona aceite de emú, dice que tiene características naturales similares al aceite humano para fines cosméticos y terapéuticos. Hay 3 ácidos grasos esenciales que ambos aceites contienen: Oleico, Palmitico y Linoleico. Alicia Escobar a los 3 años se cortó la cara con un alambre de púa que le dejó una cicatriz que le cruzaba la nariz de ojo derecho a mejilla izquierda. Como su marido trabajaba en un hospital militar se consiguió la obituaria pócima. “Me habré echado unas 3 veces y eso que pasado los 30 años y mira...”. Se saca los lentes y muestra su cara sin rastro alguno de cicatriz. Juan Honeyman sí que sabe de esto. Y no porque se haya cortado sino porque es director del departamento de Dermatología de la Universidad de Chile. Cuenta que ‘la experiencia con aceite humano es de muchos años y sirve para mejorar la cicatrización y bajar keloides, o sea cicatrices hipertróficas’. Claro que el mito es más grande porque según el médico “no está aún científicamente demostrado y los estudios hechos dan cuenta de que no es un beneficio tan espectacular y lo importante es la lubricación y el masaje de la cicatriz’. Es más, ‘incluso el aceite de comer o el de rosa mosqueta es efectivo y basta con el roce para mejorar una cicatriz”. Con respecto a la preparación reconoce que depende de la calidad de la grasa y que al no ser ésta soluble una buena preparación debe incluir alcohol luego de ser puesta a hervir. Sólo es necesario una buena freidora. El secreto es la preparación. Una buena preparación se hace en base a grasas sacadas del estómago. Se cortan, se pueden diluir a baño maría o en un sartén. Luego debe agregarse alcohol para que no se solidifique y se vende en tubos de ensayo o envases de penicilina. Si es por precio los más baratos se encuentran en los hospitales de la zona sur de Santiago a 3 ó 4 mil pesos, depende de su capacidad de regateo, claro que sin boleta. Si lo que busca es calidad, vaya a una escuela de Medicina, donde le costará entre 5 a 10 mil pesos. Certificado, eso sí. Para usarse debe ser untado con crema Lechuga, no otra porque se corta, y debe esparcirse en forma lineal, no circular, preferentemente durante la noche luego de haber lavado la herida, quemadura, mancha o estría que no se quiera. Un tratamiento consistente en un par de meses borra la cicatriz y usted entrará al selecto grupo de los que pueden mostrar un brazo, cuello u otra parte del cuerpo y decir orgullosos: “Aquí tenía una cicatriz, milagros del aceite humano”. Dicen por ahí que también es bueno para las arrugas, las estrías y otras manchas como las pecas de la cara. Que lo aproveche.


Nos vemos pronto.
Publicado en bitacoras.com el 20 de marzo de 2006.