Hace unos días mi vieja me pasó dentro de una bolsa unos adornos navideños que tenía guardados desde hace muchos años. Desde que mi padre falleció las fiestas no la motivan mucho y ya no coloca árbol, salvo uno en miniatura que coloca junto al Nacimiento. Dentro habían unas bolas desteñidas y los tres reyes montados sobre dromedarios para colgar en el pino, algunos de ellos con sus extremidades quebradas. El ver estos objetos trajo para mí gratos recuerdos infantiles.
Cada 24 de diciembre, cuando caía la tarde mi casa se llenaba de luces, olores, villancicos, tíos, primos y abuelos, nos reuníamos en familia alrededor del fragante árbol navideño, mi padre se había pasado horas y horas arreglando las luces, si una fallaba, la guirnalda no funcionaría, así que desarmaba algunas más viejas e iba cambiando los bulbos hasta lograr su objetivo. Yo solía pasar mucho tiempo observando esta acción y ayudaba trayendo materiales y herramientas, mi tarea de todos los años era armar el pesebre. Alrededor de la Sagrada Familia, los reyes y pastores se distribuían antiguos juguetes que incluían animales de granja y salvajes de plomo y plástico, sobre un suave piso de arena de la cual emergían palmeras en miniatura o bosques de plasticina que había modelado.
Mis primos se entretenían observando cada detalle de la lúdica y sacra representación que a medida que oscurecía se hacía más llamativa por las luces de colores que parpadeaban entre las escenográficas dunas.
Lo demás era jugar y picotear los manjares de la mesa, sobre todo los más dulces antes de la gran cena familiar. En la larga terraza bajo el parrón adornado naturalmente de grandes racimos de sabrosa moscatel y guirnaldas de papel se desarrollaba la tertulia mientras degustabamos de un plato con carnes y papas mayo, ensaladas de porotitos verdes con rojos tomates, bebidas a destajo y de postre, duraznos en conserva con crema, un festín.
Más tarde nos enviarían a dormir, el viejito llegaría luego y si estabamos despiertos no nos dejaría nada, así que nos organizabamos en las camas, unos arriba y otros durmiendo a los pies, ansiosos por lo que encontraríamos a la mañana siguiente.
Al otro día nos levantabamos corriendo y a los pies del colorido pino podíamos ver desperdigados bultos envueltos en brillantes papeles y cintas. Nuestros rostros se iluminaban mientras ibamos descubriendo, autos eléctricos, bicicletas, pelotas y se ensombrecían cuando algún paquete traía ropa. ¿Para qué regalaba ropa el viejito? Después saliamos a la calle a mostrar orgullosos nuestros presentes.
Ya van casi 40 años de esa época, rara vez veo a mis primos y a mis tíos, ya no estan mi padre ni algunos de mis abuelos, pero otra nueva felicidad alumbra mi vida y la de mi mujer, es la blanca sonrisa de nuestra hija Constanza cuando juntos nos sentamos a preparar nuestra corona de adviento, armar el árbol navideño y el pesebre.
Los recuerdos van quedando en el pasado, el tiempo cambia y seguimos viviendo un nuevo presente que ahora se comienza a grabar en la retina de mi hija, que ya a sus ocho años ya dejó de creer en el Viejo Pascuero y antes de pedir sus regalos me pregunta si la plata me alcanza.
Nos vemos pronto. Felíz Navidad.
2 comentarios:
uuufff....me estoy afirmando los mocos con la mano...y secándome los ojos con la polera...
es que es tan-tan-tan familiar todo...las presencias, las ausencias, las distancias, las cercanías y los nuevos motivos...ufff...justo al medio del alma Gerardo.
Te dejo un gran abrazo, y todo mi cariño para usted, para ti, tu compañera y tu hija...
Bendiciones a granel y que la nueva luz les inunde los caminos del nuevo y bueno año que se nos viene.
R.
Recién hablaba con mi mujer que se emocionó mucho con el post. Bueno ella no tuvo la oportunidad de vivir esa experiencia, mi madre tampoco, en su casa estaba prohibido reir, en serio, pero bueno mi vieja vivió ese espíritu con mi padre, conmigo y mi hermana, el lunes estará gozando en nuestra casa con su nieta. Emilia también está viviendo ahora esta magia. Al final la vida siempre nos compensa
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